“¡Si continúas siguiendo estos cursos cristianos, serás expulsado! No eres más que un traidor y un infiel y …” (se utilizó otra palabra, que prefiero no repetir).

Durante algún tiempo los miembros de mi familia supieron que estaba estudiando un curso por correspondencia sobre Jesucristo. Me llovieron comentarios desagradables. ¿Cómo llegué yo, que crecí en un ambiente musulmán, a interesarme por las enseñanzas de Jesús?

¿Cómo empezó mi interés?

Todo empezó el día en que estaba de visita en una reunión de scouts y me encontré a mi líder leyendo una literatura titulada. “Un Dios, un camino”. Estaba intrigado. Curioso por el tema, me acerqué a él para echarle un vistazo al folleto. Me gustó, pero en su momento lo dejé pasar. Una semana después me di cuenta de que me había hablado a través de este material. Era una lección de un curso bíblico, ofrecido gratuitamente por un grupo cristiano. Me subscribí y recibí clases. Con la ayuda de este curso por correspondencia, empecé a buscar la paz de Dios, que mi religión no me había traído.

Por eso estaba teniendo problemas en casa. No me desanimó demasiado. No veo por qué un marroquí no debería tener derecho a estudiar la Biblia, o incluso a hacerse cristiano. ¿Por qué ha de ser necesario pertenecer a otra raza o país para ser cristiano? ¿No había muchos cristianos en Medio Oriente? Sin embargo, confieso que en aquel momento me planteé ir a Europa para poder seguir libremente mis creencias.

En octubre de 1970, un hermano cristiano me ofreció su ayuda en mi búsqueda de la verdad. Durante unos meses todo funcionó bien, fui cuidadoso y diligente en el estudio de la Biblia y en asistir a reuniones de hermandad donde podía aprender más sobre Cristo, pero después me dejé arrastrar por las atracciones del mundo. Me olvidé de Dios, de mi escuela y de mi joven amigo cristiano.

Sin embargo, en septiembre de 1972, tuve una experiencia curiosa. Tuve un sueño en el que parecía que Dios me mostraba que mi vida estaba llena de oscuridad, que estaba ciego, que estaba perdiendo mi alma. Cuando me desperté me di cuenta de la gravedad de mi pecado contra Dios. Me arrodillé y le pedí perdón a Dios. El domingo siguiente asistí a un culto cristiano. En su mensaje, el predicador recordó estas palabras de Jesús:

Venid a mí todos vosotros que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestra alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana. (Evangelio de Mateo, capítulo 11, versículos 28-30).

Dios me hablaba personalmente a través de este versículo. Sabía que Él quería darme la paz del corazón y la seguridad del perdón de todos mis pecados. Aquel día entregué mi vida al Señor Jesús y decidí seguirle, me trajera los problemas que me trajera.

En mi corazón recibí no sólo paz y descanso, sino también una nueva confianza para hablar de mi Salvador, Jesús, a mi familia, en el trabajo e incluso en la calle. No siempre fue fácil hacerlo, sobre todo cuando mi jefe me amenazó con denunciarme a la policía, diciendo que estaba loco. Pero Dios tenía Su mano sobre mí, y me protegió. Después de 1973 no tuve ninguna dificultad en casa, a pesar de que me reunía regularmente con otros cristianos para adorar al Señor y orar. Vi que no debía dejarme controlar ni frenar por el miedo, porque Dios era mi refugio. También me guió para que supiera que no debía ir a Europa, sino servirle en mi propio país.

En 1975 testifiqué ante todos que Jesucristo me había levantado de mi pecado a una nueva vida. Me bautizaron tal como lo describe la Biblia, sumergiéndome en el agua y volviendo a salir de ella. Esto significa que el cristiano está unido al Señor Jesús en su muerte y resurrección.

Quisiera decir a todos los que lean esto: encomendaos al Señor Jesucristo, que vino a los hombres y mujeres del mundo entero y que es el único que puede liberaros del peso de vuestros pecados y daros la Paz y el verdadero descanso.

T. A.